domingo, agosto 28, 2005

Alguien con un temperamento natural, intuitivo, irrepetible en la memoria musical cubana




Hoy quiero recordar a alguien a quien mucho quise y de quien conservo con gran orgullo su último disco autografiado (Para mi Negro de Oro) cariñosamente como sólo ella sabía hacerlo: Moraima Secada, conocida por todos sus admiradores como "La Mora".

Esta temperamental cantante creó un estilo muy especial de interpretación dentro del movimiento de la canción cubana llamado feeling (filin) y llegó a ocupar un lugar destacado en la historia de la música popular cubana por su peculiar estilo caracterizado por la emotividad y la entrega ilimitada.

Nació en Santa Clara el 10 de septiembre de 1930, en el centro de la isla, en la antigua provincia de Las Villas e inició su carrera artística en los años 50.

Moraima Micaela Secada Ramos se inició cantando en la primera orquesta femenina de América, Las Anacaonas, con quienes realizó varias giras internacionales. También estuvo en la nómina de famosos grupos vocales. Formó parte del antológico Cuarteto Los Meme. Luego entró al incomparable e irrepetible Cuarteto D'Aida en el que juntó su voz a la de otras excelentes cantantes: Elena Burke, Omara y Haydée Portuondo que, como ella, hicieron época en la música popular cubana.

A partir de la década de los sesenta comenzó una notable labor como solista, interpretando un repertorio de canciones románticas, especialmente en el estilo feeling, del cual fue una de sus primeras cultivadoras. Canciones como Alivio, Perdóname conciencia, Depende de ti, Ese que está allí marcaron el cancionero romántico cubano con su excepcional interpretación llenando un lugar muy alto en el hacer de los géneros sentimentales.

“La Negrita”, como cariñosamente le llamaban sus familiares y más allegados, actuó en radio, televisión, teatro, grabó numerosos discos. Y ya como solista realizó giras por diversos países en los que hizo crecer notoriamente el número de sus admiradores. Su voz y su presencia colmaban las pistas más exigentes de las noches cubanas y los más “calientes” escenarios de Cuba y del mundo.

Fue La Mora una artista muy vinculada a su pueblo. En una oportunidad al hacer referencia a su interrelación con el público ella afirmó: “No me quejo del pueblo, de ese pueblo del que guardo momentos, recuerdos tan agradables. Y lo respeto mucho.” Era una artista de plena raigambre popular.

La Mora fue una de esas artistas que dejan huellas indelebles en la gente, con su temperamento natural, intuitivo, irrepetible. No tuvo comparación con figuras de su tiempo ni tampoco después. Oírla interpretar una canción era tenerla entre nuestras favoritas. ¡Tal era su fuerza!

Ella es sin duda una de esas figuras del cancionero cubano, de quien se puede decir sin temor a entrar en las frases retóricas, que tenía un estilo rotundamente singular. No sabía cantar las canciones que no pasaban por el desfiladero de sus sentimientos y potenciaba al cantar sus pasiones con un expresionismo sin límites. Su fuerte temperamento era palpable incluso en su manera de hacer el diálogo habitual y cotidiano.

El Pico Blanco del Hotel Saint Johnns, el cabaret Caribe del Habana Libre, El Gato Tuerto, fueron sitios donde la Mora reinaba, pero el Salón Rojo del Hotel Capri, fue una de sus más fuertes plazas en la capital cubana. Era como su segunda casa. Hasta tal punto que a finales de 1976, cuando su esposo -el compositor Chany Chelacy- murió en un accidente aéreo provocado cerca de Barbados, ella no dejó de acudir a su cita después de medianoche, en ese importante cabaret.

Contaba Marta Denis, directora artística por esas fechas, que la primera vez que actuó después de la muerte de Chany, todos, desde el público hasta el portero, estaban muy preocupados por lo que pudiera pasar siendo Moraima tan sentimental. Sin embargo se le vio cantar con el rostro duro, como enfadada con la vida y al terminar echó un largo suspiro. Fue entonces que Marta la ayudó a bajar del escenario y la invitó a su mesa, donde ella pidió ron y cerveza y los tomaba simultáneamente.

Mientras ella hablaba se le cayó la pestaña postiza del ojo izquierdo en la cerveza. En cuanto pudo, Marta se lo dijo sabiendo que la Mora no había mirado para el vaso y ella, alargando las palabras, le repuso: "Ya me la tomé, y como no me gustan los números impares, mira lo qué voy a hacer." Se arrancó la pestaña postiza del ojo derecho, la tiró al vaso de ron y se lo bebió todo de un golpe.

Así de especial era esta mujer. Son muchas las anécdotas que el pueblo repite sobre su proceder, su chispa criolla, y no dejamos de recordarla con ese cariño auténtico y sincero que sólo cosechan aquellos que nunca desprenden sus raíces del pueblo, de su gente.

Se nos fue la Mora el 30 de diciembre de 1984 víctima de una enfermedad hepática en la ciudad de La Habana.