La directora del Royal Ballet británico, Monica Mason, regresó a su país con un sentimiento que también es común a los cubanos, el de haber compartido, dijo, un suceso memorable en todos los sentidos.
En declaraciones a la televisión, al término de la última función de la compañía, añadió que no hay un solo miembro del elenco que no guarde en su memoria para siempre el recuerdo de esta visita. El público, abundó, es uno de los más cálidos registrados en nuestras vivencias.
Fueron cinco las funciones del Royal, aguardadas con expectación desde que se anunció esta breve temporada, transcurrida del 14 al 18 de julio y concluida en cada ocasión en la frontera sutil entre la medianoche y la madrugada.
Los programas, diversos, transitaron de lo más clásico a lo más contemporáneo, sin olvidar un divertimento como Les lutins (Los músicos), coreografía del primer bailarín Johan Kobborg.
Un repertorio equivalente a un panorama sucinto, un recuento antológico dispuesto con buen gusto y talento para seguir la huella de una agrupación de las de mayor prestigio en el mundo, y con ella el perfil de la escuela inglesa surgida a principios del siglo XX y nutrida de la rusa antigua y la italiana.
El homenaje a la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, uno de los momentos destacados, incluyó una reverencia especial mediante la variación y el pas de deux de Temas y variaciones, la pieza que compuso para ella George Balanchine.
Una obra de notables requerimientos técnicos y estéticos, cuya complejidad crecía en la medida en que Alonso y su partenaire Igor Yousketvich superaban las demandas del coreógrafo, en una especie de doble reto, provocador e incitante.
A ese pas de deux se añadió el del II acto de Giselle, una de las piedras angulares de la leyenda que arropa a la directora del Ballet Nacional de Cuba. Evocaba también la fecha en que Alonso -otro 15 de julio, pero en 1946- estrenaba ese ballet paradigma del romanticismo en el Covent Garden londinense.
En ese homenaje brillaron juntos bailarines británicos y cubanos.
Mason trajo obras de coreógrafos emblemáticos del Royal como Voces de primavera, Thais y Un mes en el campo, de Frederick Ashton; y Romeo y Julieta (escena del balcón), Farewell y Manon, de Kenneth MacMillan.
La ráfaga de contemporaneidad la aportó Chroma, una pieza espléndida de Wayne McGregor, que abre cauce a la aventura expresiva de los cuerpos, cuerdas vibrantes tendidas y distendidas a voluntad, sin ataduras, libre juego de las formas en el espacio.
La actuación del Royal en La Habana engrosa una tradición de añeja riqueza en los teatros capitalinos, marcada por la presencia de artistas de excepción como Antonio Gades y su compañía flamenca, la soprano española Victoria de los Ángeles, el elenco del Bolshoi, entre otras muchas.
Más lejos la gran bailarina romántica Fanny Elssler y la evanescente Ana Pavlova, siempre temerosa de la humedad traicionera del trópico.
Los ecos de la agrupación británica se prolongaron hasta la víspera con la transmisión diferida, para toda la isla, de la función de homenaje tributada a Alonso.
Queda el sabor del disfrute artístico, la danza enseñoréandose a plenitud del paisaje urbano, el abrazo metafórico de los bailarines que salieron a agradecer su devoción a un público que, desbordada la capacidad de las salas, los siguió desde las pantallas gigantes instaladas en las inmediaciones.
Espero volver algún día a Cuba, afirmó Mason en su adios, con un trasunto de nostalgia. El deseo es recíproco en los cubanos, que le abrieron y le seguirán abriendo las puertas.
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