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La Macorina, un personaje de leyenda.
La primera mujer chofer de Cuba, a principios del Siglo XX, fue la Macorina quien se llamó María Calvo Nodarse y fue también la primera mujer que tuvo licencia para conducir en La Habana.
La Macorina era cubana, existió realmente; de ello dan fe las entrevistas que le hicieron varios periodistas de su tiempo. Se asegura que nació en 1892 en el poblado de Guanajay, entonces provincia de Pinar del Río, y su nombre era María Constancia Caraza Valdés.
Siendo adulta cambió su nombre por el de María Calvo Nodarse. Se afirma que esta audaz mujer vivió en la calle Galiano, cerca del Malecón habanero y sobresalía por su atrevida elegancia y sus hermosos ojos.
Según algunas crónicas, la Macorina poseía una personalidad extraordinariamente interesante y una simpatía que ganaba la admiración de cuantos le conocían. Alternó con lo más selecto de la sociedad habanera y con su auto blanco, un Hispo-Suiza, paseaba airosa por las calles de La Habana, a 30 kilómetros por hora, donde su despampanante belleza era admirada mientras escuchaba música de moda por las bocinas del auto.
La Macorina, asombró a la ciudad en los albores de la centuria con el estruendo del motor de su coche, la admiración, la pasión de la mancebía y la sonrisa amplia y sonora apenas interrumpida por la bufanda, batida por el aire, cuando se deslizaba por Prado hacia Malecón.
Un anciano que la conoció y admiró galantemente dijo que “era la hembra más celebrada de toda la ciudad. La recuerdo entrada en carnes, ojos claros y de un trato exquisito. Se decía que sus padres la habían abandonado y que ella se había entregado al negocio del amor”.
En una entrevista que le hiciera un periodista dijo esta hermosa mujer: “Nací en 1892 en el seno de una familia bien, como se decía entonces... Vivíamos en un pueblo en las afueras de La Habana. La primavera en el campo embriaga. Yo tenía 15 años y la sentía en la piel, en los ojos, en el alma. La primavera me empujó a escapar de casa con un hombre que prometió amarme por siempre. Mis padres intentaron que regresara, pero seguí en La Habana con mi primer y único amor, aquél que recordaré hasta mi muerte. Él apenas podía garantizar nuestra seguridad económica. Un día apareció una mujer que dijo saber la forma en que podíamos vivir lujosamente. Yo accedí y con ese tremendo error comenzó una etapa de mi vida que dio origen al mote”.
Le fue creado un desenfadado y osado danzón, cuya letra corearon sin timidez sus contemporáneos. Pero, indudablemente, soportó también la insolencia.
Sobre el origen del sobrenombre, ella misma contó: “En La Habana había una popular cupletista a quien llamaban La Fornarina. Una noche me paseaba por una de las calles más populares de la ciudad, cuando un borrachín, confundiéndome con ella y pensando que su nombre era Macorina, comenzó a llamarme a grandes voces. La gente celebró el suceso con risotadas y a partir de ese momento me endilgó ese nombre”.
A medida que el tiempo ha transcurrido, las imprecisiones acerca de la vida de esta mujer crecen para forjar su leyenda.
La Macorina comenzó a perder juventud y popularidad inexorablemente, tuvo que vender sus nueve autos, sus cuatro mansiones, sus vestidos, joyas, pieles, todo y murió casi en la miseria
Calificada por algunos como la Mata Hari cubana, se sabe que la Macorina, además de ser la primera mujer que obtuvo licencia para manejar un auto, tuvo una vida disipada, de la cual en sus años de vejez se arrepintió. Falleció en La Habana.
La Macorina no se fue del todo. Su fantasma curvilíneo anda y desanda la ciudad, y a veces, negligentemente tendida sobre una desgastada piel de armiño, dormita sobre el Malecón habanero. Pocos notan su presencia y singular notoriedad.
La Macorina hizo historia porque trascendió como precursora de los derechos de la mujer en el Siglo pasado. Fue todo un escándalo, pero su leyenda vive entre nosotros y a ratos se escucha a alguien cantar “…ponme la mano aquí Macorina…”