viernes, octubre 07, 2005

¡Bravo Makeba, Bravo!


La mundialmente conocida Mamá África recibió la Medalla por la Cultura Nacional de manos del ministro de Cultura cubano Abel Prieto, tras concluir su concierto en el Teatro Astral, de nuestra capital, al que asistieron entre otros Jorge Risquet Valdés, la Embajadora sudafricana en La Habana, el cuerpo diplomático, el Dr. Rogelio Martínez Furé y otras personalidades de la Cultura.

Destacó la Excma. Sra.Thenjiwe E. Mtintso, embajadora de Sudáfrica, que “Mamá África ha utilizado su música y su voz como una poderosa arma contra la injusticia y la opresión”. Miriam Makeba agradeció al pueblo y al gobierno de Cuba por el apoyo a la lucha contra el Apartheid y dijo que “en Sudáfrica ya somos libres, ustedes tiene mucho que ver con ello”.

Dicen las leyendas africanas que existían en la antigüedad músicos capaces de transportar a sus oyentes a los mundos sobre los que cantaban. Bastaba con oírlos para iniciar un viaje fantástico a través de tierras lejanas y maravillosas.

En este concierto, un grupo de privilegiados tuvimos la oportunidad de comprobar la veracidad de esas leyendas ancestrales de la también Madre Patria.

Sin duda, Mamá África nos dejó la sensación de haber vuelto de una ensoñación de completa felicidad. A través de casi dos horas de música ancestral y bellas canciones, los asistentes conocimos en su voz la queja del dolor del oprimido negro africano bajo el Apartheid, de sus amargas lágrimas, caminamos por las selvas, tuvimos miedo de las fieras y sentimos el valor de la amistad y la solidaridad en el peligro de la batalla. Supimos lo que es cantarle al triunfo.

La diferencia idiomática no fue obstáculo para entrar en los corazones, aunque Miriam se refirió a los temas de sus canciones en Inglés con esa manera tan peculiar que tiene acompañándose de sus pícaros gestos y sus expresivos ojos.

Desde horas antes del concierto, las puertas del Teatro se veían ya llenas. Se respiraba un ambiente único y especial, porque era posible adivinar, sin mucho esfuerzo, que el reencuentro con la diva africana sería inolvidable. En 1972 fue grande, en 1978 extraordinario y esta vez, maravilloso.

Cualquier ángulo y cualquier momento fue bueno para conseguir una foto, una oportunidad casi única. La expectación se hizo máxima hasta el momento en que se abrieron las puertas, y cada uno se apresuró a ocupar su butaca, un asiento en esa sala que se convirtió en una estancia mágica. La visión de los instrumentos, preparados ya para iniciar el concierto, el sonido de las primeras pruebas, todo hacía presagiar el magnífico espectáculo que nos esperaba.

No había nadie que no estuviera pendiente de lo que sucedía en el escenario, las manos preparadas ya para el aplauso cuando apareció aquella negra fabulosa, y la sala fue un todo al vitorearle. La magia había comenzado.

Y de qué manera, los acordes de Live the Future resonaron con toda su fuerza, iniciando el viaje hacia el llamado continente negro. Tras su ya tradicional Amapondo nos presentó a su grupo y cantantes acompañantes para luego adentrarnos en la tierna interpretación de Africa is where my Herat Lies.

Por si fuera poco, la interpretación estuvo acompañada en todo momento de trío de voces que hacían un coro magistral. Todo se inundó de colores, todo se tiñó de luz contribuyendo a engrandecer la sensación mágica de las canciones en lenguas lejanas y desconocidas, pero con matices cercanos y casi muy nuestros.

Fue un espectáculo portentoso en el que se hacía difícil decidir qué interpretación merecía más aplausos. En Mashakane nos dice “No olvidaremos jamás el oprobioso régimen del Apartheid; pero ya debemos aprender a perdonar”

Y qué decir de la moderna versión de Malaika, que vino a completar un programa ya de por sí satisfactorio.

Y hubo sorpresas, porque Pata Pata, la melodía favorita de los cubanos llegó de una manera nueva haciendo las delicias de todos los presentes, quienes no vacilaron en echar su pasito con la Makeba.

La Makeba, como afectuosamente la llama su público de la isla hizo gala de un tono agudo, pero fresco y cálido como la brisa del mar y a veces grave y seco como el rugido del león.

Los músicos demostraron su valía, dieron lo mejor de sí a quienes la excitación acumulada llevó a aplaudir.

Conforme se acercaba el final, todas las miradas estaban pendientes de Makeba, a la que se le notaba disfrutar en todo momento de la música, acompañando con la cabeza, con las manos, con el cuerpo cada son y cada nota.

Pero no fueron pocas las emociones. Mucho gustó la interpretación de la canción Mama por la señorita Zanzi, nieta de la artista, o la de uno de los miembros del coro con una calidad suprema, o el baile magistral en Bhabhalazi y como colofón West wind, un canto a la unidad africana que según ella canta siempre para los estudiantes, para los niños, “con la esperanza de que su texto les haga comprender la necesidad de estar unidos en nuestro continente, de acabar con las guerras fratricidas, de pelear contra la injusticia”.

Fue una noche de sorpresa de despedida. Todos y cada uno de los presentes contuvieron el aliento, todas las miradas expectantes, clavadas en Makeba, que una vez más no nos defraudó. No es que cantara, es que interpretó de tal forma, le dio tal grado de sensibilidad, ternura, de fuerza que algunos que no habían derramado una lágrima por la emoción, tuvieron, como mínimo, que luchar con ellas.

La voz Makeba, con una sonoridad especial, llegó a un clímax glorioso, perfecto y un potente “¡Bravo!” resonó cuando llegó el gran aplauso final. Muchos minutos de aplausos y ovaciones continuas, que la obligaron a volver a salir al escenario, fueron el justo premio a un trabajo magnífico.