jueves, julio 21, 2005

Patrimonio de la Humanidad


En la actualidad La Villa de San Cristóbal de La Habana, en su parte más antigua, también conocida como La Habana Vieja constituye un Patrimonio de la Humanidad, título que le fuera otorgado en 1982. De ahí el marcado interés de muchos turistas, como es el caso de los mexicanos Baltasar y Antonio o del estadounidense Brett.

Allí se realiza un plan de restauración que es ejemplo de dedicación y trabajo cultural serio. Las primeras obras de restauración se deben a quien fuera Historiador de la Ciudad, el Dr. Emilio Roig de Leuscherning, fallecido en agosto de 1964, y sepultado junto a los restos de su esposa, María Benítez Criado, en el Jardín Madre Teresa de Calcuta, a un costado de la Iglesia de San Francisco de Asís. En octubre de 1993, la Oficina del Historiador dejó de ser una dependencia del Gobierno Provincial de la Ciudad y se subordinó directamente al Consejo de Estado, lo que implica la agilización en la toma de decisiones, se le reconoce personalidad jurídica para asociarse y establecer relaciones de diverso tipo con nacionales y extranjeros y cobrar impuestos a las empresas productivas dentro de La Habana Vieja para invertir en las obras de restauración. Allí labora una gran variedad de profesionales de distintas especialidades, tales como arquitectos, ingenieros, economistas, geógrafos, historiadores, sociólogos, sicólogos, educadores, todos altamente calificados. También en este casco histórico de la ciudad existe una serie de empresas turísticas para atender las necesidades de la zona siempre muy concurrida. En noviembre de 1995, se declaró el Centro Histórico “Zona de Alta Significación para el Turismo”.

La Habana Vieja en el siglo XIX y comienzos del XX, estaba habitada por muchas de las familias más pudientes y poderosas de La Habana. Al extenderse la ciudad, más allá de sus murallas, surgieron nuevas barriadas, como El Vedado, donde se trasladó lo que constituía la clase elitista y privilegiada que había hecho sus grandes fortunas con el comercio del azúcar, el tabaco y el ron, más las importaciones de los Estados Unidos de Norteamérica. Los elegantes edificios coloniales se llenaron de inquilinos, la mayoría, de muy escasos recursos; la cantidad de ocupantes aumentó con la presencia de familiares y amigos, provenientes de otras provincias. Estos edificios se deterioraron y se creó un estado de hacinamiento y promiscuidad notables.
A la vista está el deterioro todavía en muchos edificios; se observan fallas estructurales en techos; hay grietas o desplomes en paredes. Los hay que a los pisos superiores no les llega el agua porque el sistema de cañerías es muy antiguo y el líquido se logra con frecuencia por medio de pipas. La cantidad de obras que han sido restauradas y las muchas que están en proceso han sido elogiadas por especialistas de instituciones mundiales. Monumentos patrióticos, sitios históricos, museos, parques, galerías de arte, salas de exposiciones, teatros, restaurantes, bares, iglesias, conventos, fuertes militares, atraen a miles de turistas. Caminar por La Habana Vieja en pleno día es como una Torre de Babel con su variedad de etnias, lenguas, indumentarias y edades. Las obras cubren una restauración de siglos, incluyendo algunas hechas en el actual. Está la extraordinaria restauración de las iglesias de San Francisco de Asís, San Francisco de Paula, los conventos, el Palacio de los Capitanes Generales, La Plaza de Armas, El Templete, La Lonja del Comercio, el Castillo de la Real Fuerza, el Castillo de los Tres Reyes del Morro, la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, el Museo de la Revolución y tantos otros sitios. Todo es restaurado o hecho al detalle. En el restaurante-bar Floridita, la escultura de tamaño natural de Ernest Hemingway, se inclina en la barra a la espera de un daiquirí. Frente a la Iglesia de San Francisco de Asís está la del “Caballero de París”, un personaje muy pintoresco que vivió hasta hace muy pocos años pero a quien todos los habaneros aún recuerdan.En el Jardín Madre Teresa de Calcuta vemos a la beata, sentada en una banca, frágil y sencilla en esa posición meditabunda que la caracterizaba. Al fondo está el recién construido Templo de la Iglesia Ortodoxa Griega. Todo eso produce grandes cantidades de divisas y da trabajo a miles de cubanos. Permite, además, muchas actividades hasta las llamadas informales; nadie pide limosna, tampoco cobran a los turistas. Pero algunas mujeres vestidas de santeras, con sus flores de variados colores en la sien, collares y traje blanco, otras como mulatas de rumbo permiten que los turistas se tomen fotos con ellas y les den algunas monedas. También existe una amplísima venta de souvenirs y obras de arte para que el visitante lleve a casa un recuerdo de La Habana Vieja.