domingo, agosto 14, 2005

Un paseo que desafía al tiempo y es cada vez más joven




Aunque oficialmente se llama Paseo de Martí, los cubanos de hoy lo conocemos como Paseo del Prado. La construcción de este relevante boulevard fue iniciada bajo el mandato del Marqués de la Torre en 1771 y se completó en 1832, durante el mandato del capitán general Miguel Tacón. Las populares estatuas de los leones se colocaron posteriormente en 1928. A principios se le llamó la Alameda de Extramuros o Nuevo Prado, luego, cuando se amplió el paseo, lo llamaron Alameda de Isabel II, pero por un acuerdo del Ayuntamiento de la ciudad, en 1904, se determinó llamarlo Paseo Martí Paseo o del Prado, nombre que conserva hasta nuestros días como homenaje al más grande de todos los cubanos.
Era aquél uno de los lugares más concurridos de La Habana durante los primeros años de la República, y cuentan que había que pagar 10 centavos para sentarse en las sillas de hierro desde las que se veía circular los coches. El Prado se animaba mucho en los días de carnaval, suceso periódico que ha llegado hasta nuestros días. Junto al mar estaba la ancha explanada en la que convergía con la calle San Lázaro, era muy gustada por los habaneros que disfrutaban de la brisa del malecón en los dos siglos pasados.
La Habana, una ciudad colonial, protegida por sólidas murallas siglos atrás, siempre tuvo a los espacios libres y verdes a su alrededor como acompañantes inseparables, en una suerte de necesidad de escape para los pobladores ante la angustia del encierro amurallado.

Esta alameda, no fue más allá de dos sencillas hileras de árboles en sus comienzos, pero tuvo una entusiasta y rápida acogida entre la población de la época, ávida de contar con un lugar de esparcimiento y paseo, en especial al atardecer y ya a fines del siglo XVIII la costumbre de recorrerlo la había convertido en un pequeño escenario de la sociedad habanera de la época.

Con el paso de los años, el popular Paseo del Prado ha sido objeto de varias remodelaciones que le han incorporado otros atractivos como fuentes neoclásicas o rústicas, entre las cuales se destaca la llamada de La India o de la Noble Habana, esculpida en Génova por José Gaggini.

Modernos y suntuosos inmuebles con amplios portales flanquearon a la popular alameda, convirtiéndola en prisionera de fachadas y columnas de cemento armado, las cuales rodean a una angosta senda verde, en un entorno donde el ornamento artificial de guirnaldas y capiteles compite con los frondosos laureles del paseo.
A su paso se levanta el Hotel Sevilla, de estilo mudéjar; el modernísimo Hotel Parque Central, el teatro Fausto, la escuela de ballet. Esta avenida está sombreada por grandes árboles y se hace muy agradable, en la actualidad, pasear por la mañana, cuando los niños de las escuelas vecinas, con uniforme y la roja pañoleta al cuello, lo convierten en su patio de recreo y el trinar de las aves hacen que la alegría infantil se multiplique.
Luego de reedificado en su forma actual, el famoso sitio recibió una solución en líneas neocoloniales, con bancos de mármol, luminarias, copas y los populares leones de bronce, mudos testigos y vigilantes de los habaneros que prefieren ese recorrido bajo los árboles como una bocanada de aire fresco entre el ruido de una moderna ciudad que besa al mar.