Acaba de morir Eduardito Jiménez. Los lectores lo recordarán como una promesa que apenas tuvo tiempo de empinarse para anunciar las alturas que el trabajo le propiciaría tocar con el impulso de su talento.
La muerte, no por inevitable, deja de ser indeseable. Tal vez cuando una ejecutoria se cumple, llega a su cenit, sea aceptable el decreto de la extinción natural. Pero qué pensar, cómo sentir cuando un joven de 36 años, se frustra y muere sabiendo que aun le faltaba todo, o casi todo por hacer. Es injusto, pudo haber dicho en el instante supremo cuando todo lo vivido se convierte en sombras.
De Eduardito no puedo hablar de otra manera, ni para anunciar su deceso impensable a cuantos vieron debutar su nombre de estudiante recién graduado y aventajado en Juventud Rebelde, y lo siguieron en Trabajadores, en Bohemia, y lo vieron en la TV, en la radio.
Eduardito me era más que un colega, un compañero de redacción. Lo vi nacer biológicamente, crecer física e intelectualmente y perseguir su vocación periodística sobre las ruedas de una inteligencia afilada, perspicaz, profunda, culta, educada en el estudio y depurada en un estilo que sobresalía por su originalidad.
Su virtud primordial podía, para algunos intransigentes, ser su defecto capital: la audacia en el análisis y en la expresión de lo analizado. Era joven, y no existe otra manera de asumir esa edad en la cual la muerte puede ser solo un destino remoto, que no sea la audacia. Ser audaz por joven y joven por audaz y creador renuente a los trillos gastados por los mismos pasos, negado a las fáciles respuestas en el trabajo y la profesión.
Así era: un par de alas anchas en sueños y posibilidades que enriquecerían el periodismo y la cultura nacionales. Cuantos lo quisimos desearíamos creer en los mitos griegos. Y aceptar que el que muere joven sea un privilegiado de los dioses. Y rogar porque los dioses lo conviertan en Ave Fénix que renazca de las cenizas de su fulminante enfermedad, esa que acostumbramos a llamar larga y penosa y que para Eduardito Jiménez fue penosa y tajante por breve e incurable.
Amigos, compañeros: ha muerto un periodista, un servidor público. Leamos esta nota con el corazón a media asta. Yo la he escrito enarbolando una lágrima por el colega, el amigo, casi el hijo que fue compañero de juegos de mis hijos, juntos a veces en la misma mesa, los mismos valores, las mismas penas y risas.
Adiós. Solo hay una manera de evocarte: siempre joven, lúcido. La juventud será tu imagen definitiva, hijo. (LS)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario