Los hombres también se besan. Esta mañana muchos lo hicieron en esta Isla, y no precisamente porque alguien lo obligara, o por pura inclinación sexual. Los besos fueron de hombre a hombre, de hijos a padres, de padres a padres.
La tradición del tercer domingo de junio en Cuba se rompe solo cuando el abrazo de toda la familia llega a decirnos que el día de los padres puede ser cualquier día, aunque sólo este, por convención, lo aceptemos como tal, cual paridad con las inmortales e inefables 24 horas de las madres, el segundo domingo de mayo.
Sin embargo, insisto en que los hombres también se besan. Y hubo un cubano que lo hizo con todos los hijos de esta Isla cuando el dominio español del siglo XIX trató de doblegar sus principios con la muerte de su primogénito. Carlos Manuel de Céspedes se erigió en padre de la Patria porque con su actitud no renunciaba al cariño individual, lo hacía eterno.
Y muchos otros padres en nuestra historia marcaron esta celebración. José Martí, con su belleza poética insustituible, dedicó a su pequeño Ismaelillo unos versos que aún estremecen y traducen cuánto significa la lejanía de esos pequeños gigantes para los sentimientos: “espantado de todo, me refugio en ti”.
Pero no son nombres de padres famosos lo que hace interminable la fiesta de este domingo. Incluso, tampoco los de hijos ilustres que nunca olvidaron un apretón de manos, un abrazo o una confidencia en el momento más duro de sus vidas. Esta fiesta de humanos trasciende por el valor de decir lo que nunca decimos, sin complejos, sin ambages, sin pavores, sin frialdad, sin tibieza de corazón.
Entonces, los hombres también se besan por amor. Ese que está en los muchos consejos dados desde que era un niño de meses; en la fortaleza de alma que hace soltar la frase “mi padre es mi amigo”; en la seguridad de que traición para él es no regalarle hoy la conducta de todos los días; en la voluntad de seguir a su lado para siempre, aunque él mismo abra los caminos de la independencia.
Los padres cubanos tienen cada uno la sabiduría, la testarudez, la valentía y hasta el machismo que muchos critican por placer, no por convicción. Pero a todos les sobra bondad, entrega, fidelidad y cariño para sus hijos, a quienes les piden desde el silencio o en palabras milimétricas; un beso y un abrazo. Con ellos son felices e imaginativos, y para decirlo con la frase común, pero imprescindible: los padres más felices del mundo.
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