domingo, septiembre 11, 2005

El Cine Cubano




El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) nació en el año 1959, fruto de la primera ley cultural de la Revolución Cubana y desde ese momento comenzó a verse en las pantallas una nueva imagen de la sociedad cubana, pasando por la óptica de jóvenes cineastas, quienes encuentran las condiciones para desarrollar un verdadero cine nacional.

Cuba tuvo desde entonces, por vez primera, una verdadera industria cinematográfica, en la que se comenzó a crear un cine autémtico, con vocación social, el cual contaba con un amplio financiamiento y un notable apoyo estatal.

Se crean así obras antológicas como Memorias del Subdesarrollo, La muerte de un burócrata o Lucía; que rompen esquemas y proponen una nueva manera de vernos y asumirnos con orgullo, como parte que somos de un continente pródigo en aportar talentos al mundo. En un mundo donde el mercado y la obtención de grandes ganancias rigen la distribución y la producción de las grandes empresas cinematográficas, hacer un cine de carácter nacional y auténtico es un verdadero reto.


La Cinemateca de Cuba, creada por el ICAIC, nació el 6 de febrero de 1960. Esta es la única de su tipo en el Caribe y una de las más importantes de América Latina. Antes de la creación del ICAIC hubo varios cineclubes, algunos muy activos. Uno de ellos se llamó así: Cinemateca de Cuba, aunque no poseía una colección de cine, lo que caracteriza y define a un verdadero archivo fílmico. Recibían películas a préstamo, las exhibían y comentaban. En ocasiones sus actividades alcanzaban eco en la prensa nacional de la época.

Antes de 1959 algunas compañías eran creadas para hacer una película, o dos, y luego desaparecían. Sus huellas quedaban solamente en descuidados almacenes y hemerotecas, así como en la esperanzada vivencia de sus protagonistas.
También dejaban un elemento favorable: los conocimientos técnicos y la ansiedad de poseer, alguna vez, una industria fílmica realmente cubana, que respondiera a la ansiedad de sus creadores y a la avidez de un público cada vez más cinéfilo.

El volumen patrimonial de la Cinemateca de Cuba supera actualmente las 80 mil bobinas, todo un valioso archivo histórico fílmico. En sus bóvedas, junto a la producción nacional, se hallan una significativa colección latinoamericana e internacional minuciosamente organizada, clasificada y bien cuidada.

Desde 1979, cada diciembre, se celebra el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, al que han asistido figuras tales como Arnold Schwarzeneiger, Maritza Paredes, Robert Redford, Coppola, Harry Belafonte, Geraldine Chaplin, Costa Gavras, los hermanos Coen, Terry Gilliam, Victoria Abril, Almodóvar y muchos otros grandes actores y directores del cine internacional.

La clave de su persistencia, aún en los años más álgidos de la crisis económica, se debe a su poder de convocatoria y al interés de no renunciar por nada a un evento de tanta importancia para la cultura nacional y continental.

El festival, junto a la labor durante años del ICAIC, devino plaza fuerte del cine latinoamericano, ha posibilitado una entrañable relación y el conocimiento del público cubano sobre las cinematografías continental, francesa, italiana, británica, irlandesa, japonesa, china y de otras latitudes. El público cubano, reconocido como conocedor y respetuoso por los artífices que presentan sus obras, es también considerado infalible termómetro para comprobar si un filme logra el supremo don de la comunicación.

Y aunque no vienen constelaciones de estrellas, aunque el festival de La Habana no tiene el glamour ni el despliegue lujoso e informativo de otros, tiene y ha tenido algo en sus veinte años que opaca a todo brillo superfluo: espacio para el cine verdadero, alma para el arte y las ideas, hospitalidad para quienes buscan las esencias, aplausos para aquellos que se comprometen en la búsqueda de los mejor del hombre.