Teatro Trianón, Grupo El Público, sábado en la noche, se abrió el telón, imagen escénica. ¡Fedra!
A más de trescientos años de su aparición la pieza que subió a escena sigue en pie, no como una estela funeraria a la que se admira en la soledad aburrida del museo, sino como un ejercicio al mismo tiempo descarnado y enjoyado de las agonías que el amor nos impone, a fuerza de recordarnos la inmortalidad de nuestros propios actos mortales. Ni el complot que intentó reducir al fracaso el estreno del máximo empeño de Jean Racine ni las oleadas de modernidad que luego han cubierto el mármol en que parecen escritos y tallados los parlamentos de su Fedra, han conseguido que olvidemos la impresión inmensa de esta tragedia, creada en moldes griegos pero alzada a una nueva dimensión por el genio de su autor, que se sigue manifestando ante el espectador contemporáneo.
El amor, pasión impura que puede conducir a actos más puros, es el centro de Fedra quien quiere huir de la pasión cegadora que la impulsa hacia su hijastro, y a su vez, Hipólito no desea más que partir. Uno frente al otro, no tienen más recursos que la franqueza y el horror que los enlaza. Un horror de cuerpos y pasiones que lanza flechas en direcciones opuestas. Un juego de poder que, tras esos abrazos imposibles, es la conquista de una última corona.
Los personajes de la tragedia crean un laberinto de intrigas; y los humanos siguen en verdad comportándose así, y cuando una pasión los arrebata, olvidan la geografía y el valor de los discursos. Los personajes son y viven en la pasión. A una anatomía de ese arrebato los invita esta nueva puesta de Teatro El Público.
Del modelo que era el Hipólito de Eurípides, esta versión retoma la sobriedad eficacísima que reduce a códigos mínimos los adornos del conflicto. Del aire glorioso de los alejandrinos de Racine, se respeta la esencia y el esplendor verbal que lo hizo admirado por tantos. Conduciendo los enfrentamientos a una línea que trata de unir síntesis y esplendidez, a fin de que la acción se narre desde un tempo de tragedia contemporánea, regresan a los parlamentos que Sarah Bernhardt dijo como nadie, para que algunos de nuestros mejores actores rindan tributo a esta
La representación de Fedra en La Habana actual es rendir tributo a directores antecesores, como Schajowicz y Baralt, que se empeñaron desde el Teatro Universitario en traer a esta capital del trópico los parlamentos de los clásicos; es recordar al Virgilio Piñera que tendía una de sus entradas teatrales declamando versos de esta obra que tanto le gustó, en un delicado francés y arropado con cortinajes negros y dorados.
Esta Fedra cubana juega a cambiar ciertos cardinales de la acción con una pasión que quiere releer a Fedra como nuestra.
Desde la admiración y el valor del lujo más concentrado. Una cama, unos actores y los versos de Racine en escena: austeridad, porque “la grandeza del clasicismo radica en su modestia.”
¡Cerrada ovación y vítores para Fedra!
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