sábado, enero 27, 2007

Nos dice Adiós Joya del Ballet Nacional de Cuba

Nos abandona una de las diosas bajadas de nuestro Olimpo, la excelsa Josefina Méndez dijo adiós a su público para siempre.

La mujer disciplinada, la sublime danzarina entregada de lleno en cada uno de sus papeles, la profesora incansable, la ensayadora constante ha dejado de existir; y deja tras de sí un verdadero ejemplo de artista fiel a sus principios y a su arte.

Ya no la veremos en los salones reflejada en los espejos mientras perfeccionaba los movimientos de los nuevos bailarines seguidores de su magisterio.

Josefina Méndez ganó con su arte el cariño infinito y la admiración ilimitada de su pueblo porque fue una de las más prestigiosas, sólidas y experimentadas representantes de la Escuela Cubana de Ballet.

Fue considerada internacionalmente como una refinada intérprete y maître de sólida valía, con más de medio siglo sobre las tablas.

Josefina formó parte de las cuatro joyas del ballet cubano junto a la también ya desaparecida Mirta Plá, Loipa Araújo y Aurora Bosch.

Su debut escénico tuvo lugar el 27 de marzo del año 1955, en el Teatro Radiocentro interpretando "napolitanos", en el III acto de El lago de los cisnes, cuando el entonces Ballet de Cuba, dirigido por Alicia Alonso e Igor Youskevitch ofrecían funciones en la capital.

Tras ese feliz momento toda su vida transcurrió estrechamente ligada a las vicisitudes y triunfos del movimiento cubano de ballet, que víctima de la apatía oficial, las incomprensiones y las constantes agresiones de los gobiernos en la pseudo república, no se amilanó hasta llegar a ser uno de los más grandiosos frutos de nuestra cultura nacional.

Se inició Josefina en la danza por vocación desde los 7 años en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, hasta que llegó a su plena realización en el histórico empeño de Alicia, Fernando y Alberto Alonso, quienes se esforzaron por lograr que en Cuba el ballet fuera un arte verdadero y un derecho de todo el pueblo.

Tras la aurora revolucionaria del 1º de enero de 1959, su labor como bailarina, ensayadora o pedagoga formadora de las nuevas generaciones de artistas de ballet, alcanzó lugares cimeros. Su vida y su ejemplo son una prolongación de los grandes triunfos del ballet cubano desde entonces hasta nuestros días.

Actuó con “su” Ballet Nacional de Cuba en medio centenar de países de América, Asia y Europa, igualmente fue Artista y Maître Invitada de prestigiosas agrupaciones y festivales danzarios en diversos países, entre ellos la Ópera de París, el Festival Internacional de Chicago, la Compañía Nacional de Danza de México, el Ballet del Rhin, el Ballet de Odessa, el Ballet Arabesque de Sofia, el Ballet de Alma Atá, el Ballet de Cali y el Ballet de la Ópera de Viena.

Josefina Méndez se hizo acreedora de importantísimos galardones y reconocimientos como merecido tributo a su meritoria labor artística y por la fidelidad a su pueblo y a su Patria, entre ellos: la Distinción por la Cultura Nacional (1981), el Premio Anual del Gran Teatro de La Habana (1992), la Medalla Alejo Carpentier (1984), las Medallas de Bronce y Plata en el Concurso de Varna (1964-65), el Premio Estrella de Oro (París 1970), el Premio Internacional del Arte Sagitario de Oro (Italia, 1976), la Medalla del Consejo Brasileño de la Danza (1987), la Orden Félix Varela (1999), el Doctorado Honoris Causa en Arte (ISA, 2000) y el Premio Nacional de Danza (2003).

En el Gran Teatro de La Habana, testigo de muchos de sus grandes éxitos, se agolpan mudos recuerdos de su carrera, del crecimiento de su estatura escénica, desdoblada en cisne, en sílfide, en campesina, reina o en Wili, en uno de los temperamentales personajes de Lorca, Villaverde o Shakespeare, o en un sinfín de rostros para ofrecer la recreación de una estética pura.

Hoy sentimos profundamente su pérdida pero nos queda en el recuerdo la esencia de su arte y el haber tenido la dicha de verla bailar, de ser contemporáneos de una artista, una maestra en juventud renovada, un ser humano dulce y sublime siempre presto a ofrecer nuevas lecciones de sabiduría, una verdadera dama de la escena en la que florecía día a día la fe y la confianza en el futuro.

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