Las puertas del teatro Trianón han vuelto a verse abarrotadas de personas que intentan alcanzar las pocas sillas que sobre el escenario se distribuyen para poder presenciar la nueva puesta en escena de La Puta Respetuosa (como resulta de la traducción literal del francés), obra que tuvo su estreno en Cuba dos años después que en Francia, entonces, en 1948, bajo la dirección artística de Francisco Parés. Luego la llevó a escena Eric Santamaría en 1954. Varios años más tarde Francisco Morín la llevó a la Sala Covarrubias, en 1960 aún sin estar terminada su construcción y, según se cuenta el propio autor de la pieza vino a verla en La Habana.
Ahora, con la intención de dinamitar el texto ya reconocido y ubicarlo en un contexto donde el acoso a Lizzie tenga matices de ahora mismo, de los riesgos de un mundo que en estos días también aprende otras formas de su posible estallido, teatro El Público vuelve la vista a Jean Paul Sastre presentándonos teatro francés asumido con irreverencia y delicado sentido de respetabilidad.
Esta, la ramera, la puta de hoy, se desenvuelve en un ambiente de espectáculo teatral con elementos de show nocturno. El escenario se encuentra desprovisto casi de cualquier elemento, excepto una jaula de “cabillas” de hierro del tamaño de una habitación o cárcel si se quiere, pues a fin de cuentas de eso se trata en la obra, del sentimiento de soledad, aislamiento, impotencia ante el encierro del personaje principal, mujer-víctima que intenta luchar por la verdad de algo en lo que cree y que ha vivido y que se ve de pronto encerrada en una serie de situaciones que la convierten en un objeto. Situaciones que el personaje achaca a una serpiente maldita que lleva en el brazo y que tal vez pueda significar aquel destino maldito o quizás, aquella huella del pasado que nos marca y que cargamos de por vida sin saber por qué.
La puesta se desenvuelve todo el tiempo en un tono de marcada violencia, tanto verbal como física, tal vez, a veces denotada por el excesivo uso de las llamadas “malas palabras”. Todos se atacan de una manera u otra tratando de lograr sus objetivos asaltando la moral psicológica del personaje principal, así como de la sociedad de un tiempo que puede ser el de entonces o el de ahora en Chicago, New York o La Habana.
Las luces son otro elemento a destacar en la obra pues son ellas las que le dan carácter, nos sitúan y enfatizan los diferentes cuadros o escenas.
Sin dudas, el toque fresco dentro de tanta violencia, con lo cual no quiero decir que no sea violenta la imagen, lo dan en la obra los policías, ellos mismos, comienzan la función ataviados solamente con slips de cuero negro, látigos y elementos que nos hacen pensar en azotadores u hombres sacados de una especie de sex show, con lo cual, y con ayuda de la música, nos ayudan a situarnos en el espacio y ambiente que se quiere: Estados Unidos o tal vez, La Nación Américana, sexo, bajos instintos y trasfondos políticos y sociales.
Con “La puta respetuosa” no solo se rescata para el público cubano lo sustancial de un clásico universal representado en otros espacios nacionales y en otros momentos; también, se patentiza la habilidad del director para socializar con tonos transgresores e irreverentes su visión acerca de las múltiples tesis que subyacen en un texto y en la creación teatral.
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