viernes, marzo 07, 2008

Baile sin máscaras, divertimento sobre cualidades de la juventud




Baile sin máscaras es una comedia, pero sólo en apariencia. Su verdadera esencia resulta tremendamente amarga y terrible. El “divertido” juego que inician sus cuatro protagonistas adquiere por momentos matices aterradores, sobre todo al descubrir que la realidad a la que alude resulta sospechosamente familiar. Bajo las “modernísimas” leyes de esta nueva realidad, el sexo es un deporte, el amor una utopía, la buena educación una pérdida de tiempo y el bienestar material lo único importante.

Llegados al punto donde todo es posible, las acciones se ven despojadas de su trascendencia y entonces alisarle la cola a un caballo o asesinar a alguien con un puñal, no son más que hechos.

Sin embargo, quién sabe…, tal vez no todo esté perdido y algo aún pueda ser salvado de aquello que Virgilio Piñera llamó “la violácea dilatación del olvido”.

Con el advenimiento del tercer milenio cuatro jóvenes buscan la forma de ponerse a tono con los tiempos que corren. Yordanis, Yanelis, Yilian y el Yoni se reúnen en un apartamento en la periferia de la ciudad para despojarse de la falsa moral y los prejuicios heredados mediante la construcción de una nueva sociedad sin tabúes ni prohibiciones. Se proponen el ejercicio de una libertad sin límites, quitándose las máscaras que los mantienen atados al mundo real. La única dificultad, aunque invisible al principio, será precisamente determinar cuántas máscaras ha de quitarse cada uno para llegar a ser realmente libres.

Esa es la propuesta del joven director Eduardo Eimil, sobre el texto del también joven Junior García: develar las inquietudes de una generación emergente, escrutar en los orígenes de sus motivaciones y desentrañar la madeja de contradicciones propias de esa edad. La obra transcurre en tono de comedia, pero no por ello deja de ser sincera y consecuente con los cuestionamientos que plantea. Los cuatro personajes, cada uno va encontrando otra máscara bajo la que tratan de quitarse: como un sistema de máscaras superpuestas. Una tras otra van cayendo, en un montaje lleno de ritmo, música y vitalidad, que nunca deja de sorprendernos con las revelaciones de estos jóvenes que se han propuesto, no sólo ser libres, sino absolutamente sinceros.

¿Cuáles son los límites de la libertad en este “mundo real? ¿Hasta qué punto podemos desnudar el alma y ser consecuentes con ello? ¿Es el libre albedrío la única forma de conocernos a nosotros mismos? Y esa máscara que, en el honesto intento por ser mejores, hemos dejado caer... ¿ha sido realmente la última?

Eduardo Eimil promete con sus propuestas escénicas, y en este caso sale airoso. Él mismo me confesó antes del comienzo de la función que no esperara demasiado del espectáculo; sin embargo, confieso que dentro de las limitaciones de este proyecto recién iniciado, donde la escenografía y las luces son las de la puesta que se exhibe de jueves a domingos, salí satisfecho. La temática sobre el siempre enfrentamiento a la verdad dentro de las parejas amorosas, y la insistencia en deshacerse de la doble moral me pareció bien tratada. Las actuaciones me complacieron, aunque cambiarán en cada función. No puedo dejar de destacar la aceptación del gran público mayoritariamente joven, y siento, en un caso como este, no haber podido tomar fotos del autor del texto y del director artístico, pues un precipitado cierre de cortinas conspiró contra ello.

Creo que el texto del actualmente estudiante del Instituto Superior de Arte de La Habana, Junior García está hecho con inteligencia. El autor hizo el estreno absoluto de esta pieza, como director artístico, hace algunos años en la ciudad de Holguín, de donde es oriundo.

Esta divertida y reflexiva comedia dio comienzo a la muestra de teatro de muy jóvenes o poco conocidos dramaturgos de todo el país, ciclo que continuará en la sala teatro El Sótano. (c/o P. Murrieta)


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